lunes, 22 de agosto de 2011

Añoros repentinos

Digamos que una nueva etapa ha comenzado. Nueva ciudad, nueva casa, nuevas personas. Me asusta pensar que algo no pueda salir bien.

La casa está muy callada. Ni comparación tiene con el pequeño y modesto apartamento que habitaba en Boston. En parte lo añoro. Era cálido y acogedor. Pero lo que de verad más añoro de aquella casa es mi compañero de piso, Connor.
La convivencia no fue nada fácil al principio, pero conseguimos escuchar el uno al otro, entender nuestras diferencias y, aprender a convivir. Cuando el se iba, la casa se quedaba callada, solitaria. Pero cuando volvía, era un sinfín de conversaciones, hasta que uno de los dos ojeaba el reloj y nos mirabamos con cara de "mira la hora que es".
Mis nuevos compañeros de piso, a los cuales adoro, no son tan atentos en el sentido de hacer a los demás sentirse bien, tal y como hacíamos Connor y yo respectivamente. Aquí cada uno piensa para sí solo, siguiendo sus costumbres en lugar de adaptarse al conjunto.

Ambos ya tienen su habitación montada con todos sus muebles y decoraciones varias. Yo soy el único que sólo tiene la cama tirada en el suelo. Resulta que se trata de una cama muy grande y el somier no entra por las escaleras, por tanto no somos capaces a subirlo hasta la habitación. Y parece que a todo el mundo le da igual, cuando hemos pagado por esa cama...
Pero como ya os dije, en esta casa parece que todo el mundo va un poco por libre.

Hoy es el primer día de clase. Por suerte comenzamos a las 11:30h, lo que me deja algo de tiempo para poder estirar en casa y calentar un poco antes de la clase. No quiero lesionarme antes de que empiece la temporada por haber forzado demasiado el primer día.

1 comentario:

Lara A. Charro dijo...

Poco a poco os ireis haciendo los unos a los otros. Es cuestión de tiempo y ganas. El tema de la cama ya es más serio, pero seguro que sabes cómo arreglarlo. ¿Qué hay que se te resista? ;)