jueves, 3 de diciembre de 2009

El último boli bic: historias de la residencia (I)

SILENCIO

“Abandonarse es lo último”. Me lo dice Dora, mientras camina lentamente agarrada a mi mano y a su bastón, apoyando el codo en la barra que utiliza a diario para poder caminar a lo largo de la pared de la sala de rehabilitación. Es fría, vieja, de color verde hospital, y está desconchada y destartalada.

Llegamos al final de la estructura metálica y Dora me vuelve a mirar a los ojos fijamente. Es una mujer de pocas palabras. “La gente me molesta... no lo digo por ti, pero es así”. Me reconozco en su afirmación. Pasan varios segundos. El tiempo parece haberse detenido una vez más, como en cada visita a la residencia de ancianos.

“Creo que me voy a sentar”. Es como una pequeña batalla perdida para la mujer, arrugada, delgada, de corta estatura, cubierta por interminables capaz de ropa, tez oscura y pelo cano. Noventa y seis años de vida se sientan en el incómodo sillón de sky beige, al fondo del gimnasio. Me pongo de rodillas a su lado y comenzamos a hablar. De todo y de nada. Cualquier excusa es buena para que el silencio no se haga de nuevo con el tiempo.

Más tarde, Dora se volverá a poner lentamente en pie, y volverá a caminar a lo largo de toda la estancia hasta su silla de ruedas negra. Pienso que, paradojicamente, esa silla a la que ella llama ‘carro’ es su salvación y su posible perdición. Es lo que le permite moverse por la residencia, pero al mismo tiempo, acomodarse en ella y renunciar a su sesión de gimnasia diaria, significaría, como ella bien dice en dos palabras “atrofia; muerte”.
...

Cuando Dora termina sus ejercicios, me pide que la lleve a pasear por los pasillos de la residencia. Es una lugar triste, sombrío. Vamos hacia la ventana, para después volver al gimnasio en una interminable repetición del mismo recorrido. Varios ancianos miran un televisor demasiado alto. Parecen absortos, perdidos en una neblina confusa. Mientras los trabajadores de la residencia preparan la cena, ellos esperan su muerte.
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Puede que penséis que estoy exagerando, que lo estoy poniendo todo fatal o que he pretendido daros pena. También puede que creáis que la residencia donde está vuestra madre, vuestro abuelo, quien sea, no es así. Permitid que niegue todo eso. Estoy siendo realista, no pretendo dar pena, y, lo penséis así o no, todas las residencias tienen un ambiente parecido.

Desde hace unas semanas, todos los jueves paso mi tarde junto a ancianos que esperan su muerte en una residencia. Si os parece fuerte decir que están esperando a morirse para salir de ahí, os invito a que vengáis un día conmigo y lo comprobéis por vosotros mismos.

La mayoría de ellos se abandonan por completo. Renuncian a hacer absolutamente nada. Dora, la mujer con la que he estado hoy es una rara avis. Una excepción. Hablando con ella he llegado a la conclusión de que sabe perfectamente que la muerte la asaltará en el mismo lugar en el que estaba charlando conmigo. Sabe que nunca más va a volver a salir de ahí, que nunca verá de nuevo el metro, ni viajará a Canarias, donde vivió durante muchos años. Y sin embargo, un admirable amor propio hace que siga caminando cada tarde a lo largo de la pared de la sala de rehabilitación. Está luchando por mantenerse activa en un lugar donde la vida transcurre lenta, porque no hay nada que hacer.
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Sinceramente, no se transmitiros la sensación que produce ese lugar, y soy consciente de que este es uno de mis peores escritos, que tampoco es que suelan ser muy buenos, ya que no he tenido tiempo para editarlo, corregirlo a mano como me gusta hacer... Pero necesitaba desahogarme.

Simplemente, quiero terminar diciendo algo: por favor, nunca llevéis a vuestros mayores a una residencia mientras quede cualquier otra opción. No se si ellos lo harían o no, pero lo que si se es que nadie se merece terminar la vida esperando la muerte durante semanas, meses o años, quien sabe.

En cuanto esté un poco más libre, regresaré con más historias de la residencia.

Besos a todos y gracias por vuestra comprensión e interés,
iker

1 comentario:

Charmed_boy dijo...

Que bonito, mi querido columnista. No puedo decir nada más porque una vez más y esta vez más que nunca me has dejado sin palabras.

Preciosa entrada. No hay nada más que añadir.